sábado, 24 de septiembre de 2011

Bebés de diseño


Estos días estoy terminando de escribir un libro sobre el impacto ético y social de los nuevos avances biomédicos. Quizá por este motivo me ha llamado la atención que recientemente el Gobierno alemán haya decidido autorizar en ciertos casos el llamado diagnóstico genético preimplantacional, una técnica que permite analizar los genes de un embrión obtenido por fecundación in vitro antes de implantarlo en el útero de la madre. Eliminando los embriones que no cumplen los requisitos podemos elegirciertas características genéticas de los hijos. Esto se hace, sobre todo, para evitar que nazcan niños con algún trastorno hereditario que tienen los padres. ¿Por qué se oponían los alemanes (y todavía lo hacen Austria, Irlanda y Suiza), si el beneficio es tan obvio?
Todo depende de lo que consideremos que vale la pena seleccionar. En el caso de una patología determinada por los genes, no hay mucha discusión. ¿Qué pasará cuando seamos capaces de predecir la predisposición a sufrir otras enfermedades, por ejemplo el cáncer? Parecería lógico rechazar los embriones con más posibilidades de enfermar. Pero cuando pasamos de hablar de certidumbres a probabilidades es como si declaráramos a una persona culpable de un crimen que aún no ha cometido. ¿Es justo descartar una combinación de genes solo porque podría ser que no fuera muy favorable?


Todo esto recuerda peligrosamente a aquella corriente filosófica y científica conocida como eugenesia, que fue muy popular en la primera mitad del siglo XX. Su objetivo era perfeccionar la raza humana asegurándose de que solo los mejores genes pasaban a la próxima generación. Sobre el papel puede parecer una idea loable, pero su aplicación práctica choca con escollos importantes. Lo que pronto podremos hacer con la ayuda de la genética, en aquellos tiempos solo era factible planificando quién se apareaba con quién, es decir, prohibiendo la reproducción de ciertos individuos en nombre del bien común. Este pisoteo flagrante de los derechos humanos se magnificaba cuando se decidía qué genes valía la pena preservar. Un grupo político tuvo muy claro que la elección debía estar basada en un ideal concreto, que pasaba por tener una cierta altura, color de piel y pelo, raza y sexualidad. Con eso se justificó uno de los mayores genocidios que ha vivido Europa y desde entonces la eugenesia ha quedado relegada al arsenal de los exaltados. ¿Estamos a punto de volver a caer en la misma trampa?
A medida que vamos descubriendo la función de más genes iremos encontrando información sobre la mayoría de nuestras características físicas y mentales. Si una pareja puede elegir entre un embrión con una inteligencia normal y uno que posiblemente superará la media, ¿qué escogerá? ¿Y entre uno que será guapo y uno feo? No es una decisión tan fácil como parece. ¿Puedes garantizar que tu hijo será más feliz o tendrá más éxito en la vida si su cociente intelectual es más elevado o si es más bien parecido? Unos padres bienintencionados podrían incluso decidir quedarse con el embrión que tiene genéticamente definida una orientación sexual aceptada por la mayoría para ahorrarle problemas de discriminación. ¿Cuántas cosas nos dejaremos perder si cedemos al afán de homogeneizarnos según los criterios de excelencia prevalentes en nuestra cultura?
Dado que estos análisis genéticos solo están disponibles en los casos de reproducción asistida, cualquier selección será necesariamente minoritaria. Pero ¿qué nos impide extenderla a todos los embarazos? La razón más clara es que es distinto deshacerse de un embrión que aún no ha sido implantado que inducir un aborto después de varios meses de gestación (por motivos técnicos, en los casos naturales solamente se puede analizar el genoma de un embrión en fases más avanzadas). Pero esto no es un problema insalvable. De hecho, los estudios que se hacen actualmente de forma rutinaria para determinar trastornos cromosómicos importantes (como, por ejemplo, la trisomía 21, que causa el síndrome de Down) ya terminan a veces con la interrupción del embarazo, y cada vez las pruebas se amplían a más enfermedades. A medida que avancen nuestros conocimientos genéticos será más fácil predecir cómo serán los hijos antes de que nazcan, y quienes quieran podrán decidir no seguir adelante si las perspectivas no les gustan. ¿Es este el futuro hacia el que nos encaminamos?
Que precisamente los alemanes estén abriéndose poco a poco a la posibilidad de elegir embriones, teniendo en cuenta sus antecedentes históricos en el tema de la eugenesia, no deja de ser un hecho significativo. Quizá marca hacia dónde irán las tendencias a medida que avance este siglo. Tras lograr saltarnos las normas milenarias de la selección natural favoreciendo la supervivencia de los que no son precisamente los más aptos, pronto estaremos en condiciones de escribir nuestras propias directrices evolutivas y decidir gen por gen cómo serán los humanos del futuro. Tanta responsabilidad da un poco de miedo.
El Periódico, Opinión, 24/09/11. Versió en català.