martes, 18 de diciembre de 2012

Muy pronto...


martes, 11 de diciembre de 2012

El sueño de los 'poshumanos'

El sueño de los 'poshumanos'_MEDIA_2Estos días hemos presenciado el descenso a los infiernos de uno de los ídolos de masas del siglo XXI. Lance Armstrong,con una biografía que «si la hubieran escrito en Hollywood la gente no se la creería», según dice su web, ha resultado ser un tramposo de dimensiones olímpicas. Si algo no perdonamos a los que se erigen en estándares planetarios de virtud y superación es que lo hayan conseguido haciendo juego sucio. 
El dopaje es el pecado definitivo del deportista simplemente porque está prohibido. ¿Pero tiene sentido impedir ciertas estrategias para incrementar el rendimiento y no otras? La EPO, una hormona que aumenta la capacidad de la sangre de transportar oxígeno, es ilegal. En cambio, entrenar a grandes alturas, donde las concentraciones bajas de oxígeno te hacen producir más glóbulos rojos, es una forma aceptada de conseguir el mismo objetivo.

EL TENISTA Novak Djokovic usa una cámara de presión carísima para obtener efectos similares, y esto tampoco está vetado. Entonces, ¿por qué no permitimos que los atletas tomen sustancias químicas? ¿Por sus efectos secundarios? ¿Por qué no están al alcance de todos? Los ejemplos anteriores lo descartarían: en estos aspectos no hay muchas diferencias entre la olla a presión de Djokovic y las inyecciones de Armstrong. Por eso hay expertos que proponen que la mejor manera de evitar que los atletas hagan trampas es autorizándolas todas: ya les estamos presionando para rendir más allá de los límites habituales, hasta el punto de poner en peligro su salud; aprobar el dopaje no lo empeoraría mucho.

Es una opinión polémica, y más si ampliamos el punto de mira. Porque las mejoras artificiales pueden ser útiles también fuera del deporte. En la primera guerra del Golfo, por ejemplo, los pilotos tomaban anfetaminas para estar despiertos durante periodos largos de tiempo y actuar mejor en las situaciones de estrés. Un caso menos extremo: el metilfenidato, que se usa para tratar el trastorno de déficit de atención e hiperactividad, se cree que puede incrementar la capacidad de concentración en adultos sanos. Y el Modiodal, que se da para los trastornos del sueño, lo usan algunos para poder estudiar toda la noche. En las universidades ya se habla de hacer controles antidopaje antes de los exámenes para evitar ventajas no homologadas. Pero una pastilla de metilfenidato tiene unos efectos bastante similares a una taza de café, una droga legal que la mayoría de gente se toma sin pensárselo dos veces. ¿Estamos siendo hipócritas?
Lo que pasa es que todavía no tenemos claro qué hacer con todas las mejoras que nos está proporcionando la ciencia. Hay quien cree que deben dejar de considerarse deshonestas. Esto técnicamente se llama transhumanismo, una nueva doctrina filosófica que propone que debemos usar todos los recursos disponibles para mejorar nuestras capacidades. No todo el mundo lo ve con buenos ojos, sobre todo porque es difícil ponerle un límite.

Una cosa son las píldoras, pero luego podrían venir las prótesis, que ya se usan para tratar algunas deficiencias. ¿Será el próximo paso un «supersoldado» biónico? ¿Hasta dónde nos podría llevar el transhumanismo? ¿A ser cada vez más perfectos y menos humanos? La última frontera sería la manipulación genética: modificar el ADN de un embrión para cambiar las características de la persona antes de que nazca. De momento es ciencia ficción porque lo hemos decidido así: alterar el genoma que pasamos a nuestros hijos es uno de los pocos límites científicos incluidos en la legislación de todos los países. Pero técnicamente no está tan lejos de nuestro alcance.

¿Estamos yendo hacia un futuro donde la evolución de nuestra especie no estará en manos de la selección natural sino de los científicos? Esta visión ha dado lugar al término poshumanos, que describe a aquellas personas que se modificarían tanto, de forma química, quirúrgica, genética y/o biónica, que se convertirían en una especie aparte. ¿Será esto el final de los humanos tal como los definimos actualmente? ¿Es un futuro deseable o temible?

LA RESPUESTA ES menos fácil de lo que parece si dedicamos un rato a valorar los pros y los contras. ¿Y si pudiéramos «crear» humanos resistentes a las peores enfermedades? ¿Y si pudiéramos ser todos igual de inteligentes? ¿Nos negaríamos la posibilidad de ecualizar de una sola vez muchas de las desigualdades que hacen que este sea un planeta injusto? ¿O precisamente lo que nos hace humanos es el hecho de que todos tenemos virtudes y defectos diferentes que hemos de aprender a aprovechar y a superar a nuestra manera?
¿Estaríamos abriendo así las puertas a quienes quisieran que todos fuéramos altos y rubios, la piedra angular de muchas distopías? Son cuestiones que nos pueden parecer fantásticas e inútiles ahora mismo, pero que es muy posible que nuestros hijos y nietos tengan que debatir seriamente.

El Periódico, Opinión, 3/11/12. Versió en català.

martes, 4 de diciembre de 2012

Solidaridad para salvar la ciencia

Solidaridad para salvar la ciencia_MEDIA_2Mi hijo de 5 años llegó de la escuela el otro día con una nota de su profesora. Nos pregunta si podemos contribuir con alguna lata a una cesta gigante que subastará una oenegé involucrada en financiar proyectos de investigación. No era ninguna fecha especial. En el Reino Unido se hacen todo tipo de colectas para la ciencia a lo largo del año, y de mil maneras diferentes: en escuelas, oficinas, tiendas, por internet... Esta generosidad no es porque el país se haya librado de la crisis, que también la sufrimos, sino que es la consecuencia de un desarrollado espíritu solidario, mucho más extendido en los países anglosajones que, en general, en los mediterráneos.
 
Son tiempos difíciles para todos y la ciencia no se escapa. Como es de esperar, los gobiernos han recortado, en mayor o menor medida, los presupuestos de investigación. Tendremos que tratar de sobrevivir como podamos hasta que el panorama mejore. Pero hay diferentes maneras de hacer las cosas. ES ESPECIALMENTE preocupante que los políticos españoles, que controlan el grifo que alimenta a buena parte de los laboratorios catalanes, sean los que más alegremente aplican medidas de austeridad, aparentemente sin preocuparse demasiado de las consecuencias a largo plazo.

Podríamos dar un montón de cifras deprimentes, pero quizá la más significativa es que, en los dos últimos años, el Gobierno central ha reducido un 34% los fondos que destina a I+D. Por si había que añadir más leña al fuego, la inversión de las compañías farmacéuticas en investigación en España ha caído por primera vez en una década, una consecuencia hasta cierto punto previsible de la crisis. No podemos esperar, pues, que el dinero privado cubra, ni siquiera en parte, las graves deficiencias de la nueva financiación pública. De acuerdo con que se debe proteger al máximo la sanidad, la educación y otras áreas esenciales, pero no a costa de decapitar el futuro de la ciencia. Esto es contraproducente para todos. En un país donde hay un buen número de grupos de calidad excepcional, que posiblemente acapararán los pocos medios disponibles si se utilizan criterios puramente de excelencia para repartirlos, lo que ocurrirá es que los científicos que ahora emergen y empiezan a establecer sus grupos de investigación no podrán acceder ni a las migas del pastel. ¿Qué opción les quedará?

Hace poco recibí un tuiteo de un estudiante de ciencias que decía que se deprimía cuando veía el futuro laboral que le esperaba. Le contesté que no se desesperase, porque algún día las cosas cambiarán. Y que, mientras tanto, la opción de salir fuera sigue siendo válida. Esta es la realidad: el país está en plena travesía del desierto y no se vislumbra un final cercano. La consecuencia podría ser perder toda una generación de científicos. La fuga de cerebros de hace unas décadas será solo un ensayo comparado con la que puede venir ahora. El Gobierno no se da cuenta porque, reconozcámoslo, en España la ciencia nunca ha sido prioritaria. Queda demostrado con el hecho de que el Reino Unido tiene 82 científicos con Nobel y España solo dos (y uno de ellos hizo carrera en el extranjero). Me gustaría ser menos negativo, pero los datos no invitan a una previsión demasiado alegre.

Todos podemos contribuir con algún granito de arena a cambiar esta tendencia siguiendo el ejemplo británico. En Catalunya, por ejemplo, tenemos La Marató de TV-3, que este año recoge dinero para luchar contra el cáncer. Permítanme que aproveche las últimas líneas para hacer un publirreportaje, porque creo que es una iniciativa que merece todo nuestro apoyo, sobre todo ahora. No compensará la falta de un sistema de apoyo social constante a la investigación como el que tienen en el Reino Unido, pero su impacto es clave para construir un futuro mejor.

A PESAR DE QUE ninguno de los donativos acabará en mi laboratorio, soy parte interesada en el tema por varias razones. Como investigador, sé que los fondos que recaude La Marató serán un salvavidas que permitirá que sobrevivan una serie de proyectos interesantes en una época de especial incertidumbre para la investigación en nuestro país. Como ciudadano, me interesa la riqueza que la ciencia aportará al país y también avanzar lo más rápidamente posible en el diseño de nuevas terapias contra el cáncer. Y como escritor, estoy metido porque he contribuido al libro de La Marató, que precisamente gira en torno al concepto de solidaridad que citaba al principio. Al honor que representa participar, debo añadir el placer de ver mi texto junto al de nombres consagrados de las letras catalanas como Sebastià Alzamora,Maria Barbal o Josep Maria Fonalleras. Haga un esfuerzo. Compre el libro o el disco y mire TV-3 y envíe lo que pueda en un par de semanas. Es una de las mejores soluciones en estos momentos para ayudar a nuestra ciencia a salir del bache en el que la han metido los políticos. 
El Periódico, Opinión, 1/12/12. Versió en català.